miércoles, 2 de noviembre de 2011

Solo es humo su recuerdo entre latas de cerveza, la tristeza es infinita en sus ojos de gacela.

Lo admito, me resisto a abandonarnos. He vuelto -quizá nunca dejé de hacerlo- a buscar ansiosa tus huellas, que son surcos en mi suerte, como busqué tus brazos y esquivé tus certezas cuando aún era posible. Estoy diseñando, a base de errores, una táctica infalible capaz de vencer recuerdos indolentes; recuerdos entre los que te encuentro si me dejo sobornar por tristezas que hoy quieren ser mías. Abordo a desconocidos, les cuento, por ejemplo, que un día decretamos la paz y fue mentira, que quisimos poner nombre a todo lo que no estaba inventado; que tú decías que también en eso fracasamos. Pero que yo no me lo creo. Enumero ante ellos cientos de motivos, no soporto que piensen que sólo había una opción y que era ésta. Les aseguro que en todas las paradas de autobuses he escrito tu nombre al revés, porque me gusta así, porque parece el de un medicamento. Y preguntan que si quiero recetarte a todo el mundo; y no saben que no van a encontrarte como yo. He escrito noventa y dos cartas sin remite ni culpa a tu antigua dirección: una por cada domingo sin tu risa como única recompensa. No entienden que yo sólo te encontré, que no quise buscarte. Tampoco perderte. Y les miento continuamente. Proclamo que ya no te extraño. Y les prometo que no existes. Pero a mí se me olvida creerlo.


Quisiera estar en otra parte,
mejor en otra piel,
y averiguar si desde allí la vida,
por las ventanas de otros ojos,
se ve así de grotesca algunas tardes.

Otras veces - Ángel González

domingo, 16 de octubre de 2011

"Soy del color de tu porvenir", me dijo el hombre del traje gris.

Esta insidiosa frontera convenida nos recuerda, impía y desalmada, que somos sólo nosotros responsables de un sinfín de crónicos límites y limitaciones. Que este clan de traidores por el que nos movemos dejando pasar la vida tiene más deudas con la tierra que entre sí -y ya es difícil. Que, seguramente fruto de alguna ley divina y, por tanto, más que fiable; nos sabemos señores de todo cuanto podemos ver. Y, como intuición y agudeza sólo faltan si hablamos de altruismo; también nos sabemos dueños de todo aquello que no vimos, ni vemos ni, mucho me temo, tampoco vamos a ver. Nuestra escala de valores provocaría, cuando menos, dolor de estómago y un par de carcajadas a aquellos que, por obra y gracia de Mercator, viven más abajo. Y no sólo en los mapas. Porque el ser humano, ese conglomerado de sobresaliente genética y alta dosis de suerte, dejó paso a una nueva rama de la especie. Los que confiamos en poder comer hasta la saciedad y nos permitimos el lujo de castigar nuestra gula; los que conocemos lugares con los que nuestros abuelos siquiera soñaron; los que vivimos de prestado creyendo que aún nos deben algo; los que reivindicamos derechos sin hacer bien los deberes; los diferentes; todos los que, hipócritas, proclamamos estar al margen de esta mierda.



No habrá revolución, es el fin de la utopía
que viva la bisutería.
Y uno no sabe si reír o si llorar
viendo a Trotsky en Wall Street fumar la pipa de la paz.

El muro de Berlín - Joaquín Sabina

viernes, 29 de julio de 2011

Yo era del monte y soñaba espuma.

Con el paso del tiempo uno aprende -debe aprender- a decir lo que piensa y a contradecir aquello que no aprueba sin miedo al ridículo. Cuando uno madura, aseguran, sabe apreciar lo realmente bueno y no le disgusta dejar por el camino el lastre que supone a veces el pasado. Además, toda su juventud se le antoja inmejorable en una sucesión de perfectas escenas cuidadosamente enlazadas que parecen haber suplido sin problemas cualquier contratiempo. Incluso se maneja sin aparente contrariedad entre un sinfín de trámites: facturas, licencias, registros, nóminas, recibos, seguros, gasolina, averías, lavadoras, carreteras, supermercados y peajes. Dicen que, al hacerse uno mayor, sólo piensa en esa especie de exilio postmoderno que es la jubilación pero que, en cada cumpleaños, simula decrecer y el curso de su mentira le va llevando cuidadosamente hasta la edad del primer cigarrillo. Cuando uno crece, la  flácida barriga se vuelve dura como un balón -en efecto, está llena de aire- y hay que dar a entender que estamos poniéndole remedio; añorando siempre, en el tono más nostálgico posible, el envidiable físico de nuestra juventud. Ése que, durante su supuesta existencia, vivió a la sombra de la errónea vergüenza del dueño. Ahora, al ver a todos esos adultos y sobreadultos moviéndose con tanta soltura entre las apretadas cuerdas de lo normativo y haciéndonos creer que el mundo es un tugurio agradable donde no hay riesgo alguno para el que no se sale del papel, sabiendo también que los pocos que se atrevieron a correr hacia la extravagancia tuvieron que pagar un alto precio; sólo podemos esperar que no nos toque un guion muy complicado ni nos enamoremos de algún devoto de lo extraordinario.



Hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte
pero algunas veces pierdo el apetito y no puedo dormir.
Y sueño que viajo en uno de esos trenes que iban hacia el norte.
Cuando era más joven la vida era dura, distinta y feliz. 

Cuando era más joven - Joaquín Sabina

domingo, 3 de julio de 2011

No sé si firmar contrato con tu ausencia o tomar clases de amnesia

Pero entre aquellos escalofríos de un enero mal curado en la conciencia no acepté -quizá no quise hacerlo- que, efectivamente, hacer de equilibrista en tus rarezas, desnudarte las mías o pasear por la estación como si aquello no fuera un presagio catastrófico iba a quitarme el sueño en los créditos de aquella película que nos contamos en versión original antes de chocar contra el invierno. Y no, no puedo dormir la siesta o, al menos, no igual. Tampoco puedo ignorar aquella tarde en la que me decidí, no entre tú o nadie o yo o todos, sino entre esta presunta ficción y la necesidad de algún proyecto a corto plazo indispensable. O yo o nosotros. Y a veces me puede el egoísmo. Ahora, bien dices, desconociéndonos cuando asumo que indefectiblemente hemos abandonado la posibilidad de alguna que otra palabra a tiempo real, ni qué decir tiene que hace siglos olvidamos esa promesa que sólo tendría cabida si aquella tarde en la comisaría me hubiera atrevido, de verdad, a colgar tus pies de algún árbol del bosque de mi figura.


El corazón serio y frío,
 el pelo corto.


Hace siglos que quiero enviarte palomas de humo,
antes de que carcoma el invierno la culpa que asumo...

Resumiendo - Joaquín Sabina

martes, 5 de abril de 2011

Te engañas si me quieres confundir

Pero ahora sé que no son buenos tiempos para los soñadores, como decía Amelie, y también sé, como decía esa maravillosa película franco-alemana, que hoy más que nunca hay que cultivar el gusto por los pequeños placeres. Y tú lo sabes, tú que te habías enamorado de las tardes de verano y de los lunes, que sigues luchando por aquello que muchos dejamos en el camino, que has conquistado bibliotecas y me has fascinado con tus poemas, que amas a cantautores  y me has hecho capaz de sentir lo mismo.

"Se trata sólo de poder dormir sin discutir con la almohada:
¿dónde está el bien? ¿dónde está el mal?"

Esta boca es mía - Joaquín Sabina

viernes, 1 de abril de 2011

Infinita ingenuidad

La cama en el centro de una habitación inmensa, lámparas rojas. Fotos en las paredes, ven, acércate, puerta y ventanas blancas, cortinas verdes, no puedo hacerlo. Antes de vivir como si ayer hubiéramos muerto, nunca lo has intentado, antes de ser un número, un código, con mucha suerte un nombre no elegido; tengo miedo. Antes de los días eternos, de las semanas efímeras, antes de llorar sin razón, que es, en realidad, como habría que llorar siempre; antes de las llamadas sin respuesta, yo también. En pleno apogeo de sueños mediocres, de malas caras, de las mismas ganas del no sé qué que nunca llega; antes de la sobredosis de segundos evidentes, antes de escapar inmóvil. Y... ¿si no nos hubiéramos conocido?. Cuando el desayuno era ilusión con sacarina, no seas cursi, antes de caer, mucho antes del rescate, esta vez has de saber que no te escribo, cuando pasado y futuro no existían, lárgate, antes de tú, ojalá me lo hubieras pedido hace siglos, cuando yo, te quiero, después de ti.
 
¿Por qué?

jueves, 17 de marzo de 2011

Taedium vitae.

Devolvedme el antes de este carnaval que se promete eterno. Las alas, las ganas, las dudas, los miedos, ¿adónde han ido?. Cuánto me gustaría que pudieras verlo por ti misma. ¿Cómo va todo allí abajo? ¿Sigues cruzando la ciudad a esa velocidad de vértigo? Las huidas que nunca fueron tales. Mi atiquifobia, tu vida de película. ¿Crees que alguien vendrá a rescatarnos?

martes, 8 de marzo de 2011

Este "nunca" no esconde un "ojalá"

Armada hasta los dientes de una fuerza tan quimérica como breve intento hacer frente a tus señales, olvidar la locura del invierno en una ciudad que podría ser cualquiera menos esta; porque ahora sí nos pertenece. Podrías llamarme egoísta, o embustera, recordarme que hubo otras calles, otras barras de bar que nunca cerraban, otros caminos de vuelta a casa, de noche, siempre sola con tus historias y mis manías, con nuestros planes acechando en la nuca. Pero no, no es lo mismo. Ahora crees tener derecho a reclamar lo que pudo ser tuyo, a ir y venir como si nada, como siempre, como si nunca hubiéramos compartido un sueño, una cerveza, un deseo; como si aquella madrugada hubieses dejado hacer al destino. Ahora que olvido contarte que no será mañana si no vuelves o que quise invertir en tu espalda todas las noches bajo cero me consuelo pensando que pertenezco a tantos lugares, a tanta gente, que eres sólo un número en mi lista de destierros forzosos. También me dicen que no mereces ni un segundo de mi tiempo, ni una letra de estos soliloquios inoportunos que nunca leerás; a veces les creo, otras me pregunto quién puede juzgar lo que he de darte, adónde van estos abrazos vacíos, qué será de ese enero en tus ojos.


Ahora que no te pido
lo que me das.
Ahora que no me mido
con los demás.
Ahora que todos los cuentos
parecen el cuento
de nunca empezar.

Ahora que - Joaquín Sabina

martes, 1 de marzo de 2011

La rabia tan sumisa, tan débil, tan humilde, el furor tan prudente, no me sirve

Un círculo vicioso. Él se lo merecía todo y estaba contigo; te había tocado el primer premio, así que tampoco debías de haberte portado tan mal. Y si él se merecía tanto y seguíais mano a mano, quizá sí estuviste a la altura. Quizá sí fuiste todo lo que él había ganado a fuerza de ser buena persona, fuiste todo; y, por serlo, todo lo tuviste.
O quizá seas solo esa mota insignificante que sin comerlo ni beberlo fue a parar adonde no debía, al lado de alguien que, también por azar, apostó, todo o nada; y salió bien.
Pero puede ser, y es lo más probable, que ni él fuera merecedor de todo cuanto imaginaste y que, ni en tus mejores sueños, hubieras podido ofrecerle siquiera la mitad; con toda certeza entregásteis lo único que había, con toda seguridad se correspondía con lo que merecíais. La redención es cosa de unos pocos; ya ves, no érais tan perfectos.

domingo, 20 de febrero de 2011

¿Con quién bebes tequila cuando no te sientes bien?

Hablo de tirarse a la ciudad
en el banco del parque
bajo un cielo sin estrellas de ocasión,
de amantes que luchan por desoírse
mucho después de la aversión a plazo fijo
previo alquiler de lo que fuimos,
de agosto con escarcha en los portales
y rencor aletargado en la mochila
cuando suena a desamor en la palestra.
Hablo de ojeras maletas suicidas
billete preferente hacia el olvido
en la contienda de las ganas y la culpa
del arsenal de sobres mojados
que atrinchera el misántropo
a falta de un cuerpo rentable.


Hay quién dice que fui yo
el primero en olvidar...

Peces de ciudad - Joaquín Sabina

domingo, 13 de febrero de 2011

Cuando palabras, cuerpos, son ya sólo sombras.

Te lloré para saber si eras impermeable:
acerté.
Deshice caras largas, noches cortas,
risas, promesas absurdas;
la esperanza malsonante del optimismo.
Tropecé con abrazos suicidas
dormí al abrigo de algún gesto austero
calculé los daños
y nunca salían las cuentas.
Milité en Nunca Jamás a regañadientes
me emborrachó el olor a años mejores
soñaron los ojos
que ya no me acariciaban.
Descosí mi piel a tiras
para poner parches a tus rotos,
acepté eso que nunca fue nuestro
y denegué el derecho al delirio.
Consentí el exilio de los besos
soplé todas las velas
y dejamos de cumplir no sólo años.
Vendí al mejor postor nuestra memoria
recuperé los miedos, las maletas
negué haber vivido esto contigo
y ahogué roces involuntarios.


Hoy sabes que siempre será invierno
en las camas que no deshicimos.




[...] sintiendo, digo, esa rara sensación, distante y desangrada,
del whisky, de la noche y el silencio,
de la entusiasta desesperación con que aceptamos la
derrota,
de ese vértigo, a veces, sólo a veces, tuyo y mío [...]


Used words - Juan Luis Panero

jueves, 3 de febrero de 2011

Sus filias y sus fobias.

Ver la vida desde la barrera relativiza todo bastante, pero saltar al ruedo es otra cosa; mancharse las manos de barro cuando quieres enterrar tanto y nunca es suficiente, sentir arder la garganta, romperse el cuello al mirar atrás, comerse el mundo en boca del público, responder el corazón cuando pregunten
¿qué te juegas?
y perder.
Pasar horas inmersa en guías de viajes que no harás, o sí, pero saberse siempre enredada en planes absurdos e inmediatos; elegir la letra, inventarse la música, leer entre líneas algo que quieras contarme.

Volver: la ciudad de carreteras amarillas, la ciudad que huele a verano en noviembre, las calles estrechas del barrio aquél cerca de casa, los cincuenta minutos de autobús, reír sin razón aparente y descubrir que no todo es blanco o negro, que hay gris y que envenena.

Volver. Miles de kilómetros. La estación de paso en que me convertí cuando supieron bien los besos sin amor, cuando, excepto las de la imaginación, había perdido todas las batallas. Cuando lo material sólo escondía una acepción y echar de menos una inútil frase hecha valorada en exceso.

Volver: el sabor endémico del norte, la piedra que hace historia, el río que se llevó mi infancia un veinticinco de julio llovioso, la prisa, las maletas, el silencio. Cuando las semanas se contaban con cerveza y nombre propio y el mejor momento del día me sorprendía esperando en la ventana.
Quizás hoy.




"Estoy temblando de frío
pero me arden las entrañas
quizá me encuentre vacío
es que estoy lleno de nada"

Romper - Luis Ramiro

domingo, 9 de enero de 2011

A veces el infierno somos nosotros mismos, ¿no?

Nunca fui propensa al típico inventario findeañero, no porque de tanta repetición me parezca hasta insípido, que también; sino porque, entre tú y yo, no sé escribir por obligación, ni siquiera por auto-obligación, y de veras siento mucho no estar a la altura.

Pero sí, 2010 tuvo lo suyo, fue, digamos, un año curioso; sólo curioso. Podría hacer alarde de mi mala suerte, mis buenos amigos y mis mismos miedos, porque he aquí los tres pilares básicos de la recapitulación post (anni) mortem. Podría hacerlo pero tengo suficiente con echar la vista atrás todos los días, sin excepción, y saber que esta noche es distinta, que esta noche marca, duele, gusta, aprieta. Que esta noche, con doce meses menos y trece kilos más, nevó como no imaginábamos; tanto que la nieve colapsó las carreteras y congeló la parte de mí que se muestra a menudo incapaz de tomar decisiones. Y que, con medio cuerpo en coma, pensé Ahora o nunca y me lancé como en el primer chapuzón de verano. Comencé a deshacer y desordenar una vida que supo venderse bien, una de esas con fecha de caducidad, de esas que prometen y olvidan, disgustan y queman, abrasan, aniquilan todo vestigio de esperanza y resultan no ser más que la vida de otro. Pero cuando una se traga la vida de otro y le sienta mal al estómago, y el estómago es el cuerpo entero y eres, en definitiva, tú, hay que vomitar la vida aunque te corroa los dientes y te arañe la garganta. Hay que vomitar la vida y llevar una dieta blanda de arroz, pechuga, pescado cocido, manzanas sin piel y mucho líquido.

- Vale, ¿alguna indicación más?
- Tiene que cuidarse, el estómago está delicado. Quizá unas pastillas, sí, espere, le hago la receta. Tenga.
- Ajam. ¿Pastillas para no soñar?
- Créame, es por su bien.
- Mmm... y ¿cuándo podré volver a comer con normalidad?
- ¿Quiere que le sea sincero?
- Me lo temía.