viernes, 29 de noviembre de 2019

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No esperé así la vida:
paraísos perdiéndose
o batallas perdidas de antemano.

Aurora Luque

Entro a menudo aquí. No escribo.

En realidad, aunque abandoné la costumbre de publicar de tarde en tarde, nunca he dejado de leer estos caminos que sigo desde hace nueve largos años. Aquí encuentro, aún, amigos queridos desde entonces, a quienes a veces -me gusta- no reconozco del todo. Con otros, como yo disidentes obligados de sus periferias, comparto ahora ciudad, ideas y hasta oficio. Y a quien he leído y pensado hasta el agotamiento terminó por vivir en la calle de atrás, en un Madrid de más de tres millones de personas, antes de volver a marcharse para siempre.

También me leo. 
Nunca quise que esto fuera una suerte de diario personal y, por eso, me esforcé en inventar otras voces, en pensar el lenguaje, en no dejarme llevar por impulsos que tenían más de verborrea que de capacidad creadora. Sin embargo, a veces me asusto cuando no me reconozco. Y me obligo a buscar bien, a desenredar una madeja cada vez más seca y confusa, hasta encontrar la fina hebra que, detrás de cualquier mundo fingido, da sentido a unas palabras que, ahora, parece que escribí, como un regalo envenenado, solo para mí. Para reconocerme. Para que no se me olvide que soy, a modo de muñeca rusa, todo lo que he sido.

Ya sé que la vida irá con prisa: espero que se olvide de arrastrarnos.

Recuperar los miedos, las maletas, negar haber vivido esto contigo.

Allí nos intuimos. Como si, en vez de detenerse en ese instante, la vida hubiera seguido su curso irremediable (niños que salen de colegios, siempre intranquilos hombres de traje, trágico olor del sueño de otros). 

Hubo un tiempo en el que pude quererte. Supongo que hay decisiones que nunca se toman: están ahí, se cuelan entre nuestros recovecos, es imposible hacerles frente. Traté de seguir otros atajos. 

La alambrada nos ha nombrado adultos, pero nunca les ha quitado el miedo: todavía se despiertan, aseguran, si pronuncias su nombre en voz baja al otro lado del mundo.

Es pronto, amor, para el naufragiome aseguras.

A ciegas toco otras letras, me leo con una incredulidad casi cínica, violenta.

Toparse con una sola certeza: 
vivir es ver volver los miedos.

He llegado aquí otra, ajena
y erijo ayer en medida de todas mis cosas.

2019.
Sigo siendo una imprudente mental
y una cobarde en la práctica.