miércoles, 15 de abril de 2015

Borrar o ser borrados, tanto da.

Y pienso: es extraña la facilidad
que algunas ciudades tienen
para hacernos creer que ya son nuestras.


Víctor Martín Iglesias


Aún recuerdo cómo comenzó el asalto. Supongo que la vida, con sus cauces aparentemente naturales, ya me habría acercado antes a su desfiladero. Pero eso nunca lo sabremos: no queremos saberlo. La lluvia me sorprendió en el momento preciso: necesitaba una razón para inundarme. Si me esfuerzo en vencer lo selectivo de mi grata memoria, soy capaz de distinguir sus ojos entre todos los ojos que se me han clavado en la espalda. Ahora parece que permanecí todo ese tiempo en las cloacas: la ciudad estiraba sus márgenes allá arriba, afilaba las puntas de los tejados y apuntaba a las nubes. Daba cobijo a los viajeros y se dejaba hacer. Me acostumbré a mirarla a través de las ranuras, aprendí a unir todas sus piezas. Creí que no podría engañarme como al resto.

Por los años de asfixia os llevo ventaja y, sin embargo, sigo llegando tarde a las certezas.