miércoles, 2 de noviembre de 2011

Solo es humo su recuerdo entre latas de cerveza, la tristeza es infinita en sus ojos de gacela.

Lo admito, me resisto a abandonarnos. He vuelto -quizá nunca dejé de hacerlo- a buscar ansiosa tus huellas, que son surcos en mi suerte, como busqué tus brazos y esquivé tus certezas cuando aún era posible. Estoy diseñando, a base de errores, una táctica infalible capaz de vencer recuerdos indolentes; recuerdos entre los que te encuentro si me dejo sobornar por tristezas que hoy quieren ser mías. Abordo a desconocidos, les cuento, por ejemplo, que un día decretamos la paz y fue mentira, que quisimos poner nombre a todo lo que no estaba inventado; que tú decías que también en eso fracasamos. Pero que yo no me lo creo. Enumero ante ellos cientos de motivos, no soporto que piensen que sólo había una opción y que era ésta. Les aseguro que en todas las paradas de autobuses he escrito tu nombre al revés, porque me gusta así, porque parece el de un medicamento. Y preguntan que si quiero recetarte a todo el mundo; y no saben que no van a encontrarte como yo. He escrito noventa y dos cartas sin remite ni culpa a tu antigua dirección: una por cada domingo sin tu risa como única recompensa. No entienden que yo sólo te encontré, que no quise buscarte. Tampoco perderte. Y les miento continuamente. Proclamo que ya no te extraño. Y les prometo que no existes. Pero a mí se me olvida creerlo.


Quisiera estar en otra parte,
mejor en otra piel,
y averiguar si desde allí la vida,
por las ventanas de otros ojos,
se ve así de grotesca algunas tardes.

Otras veces - Ángel González