domingo, 13 de octubre de 2013

La vida nos acorta la vista y nos alarga la mirada.

He tocado con un dedo 
la esquina izquierda del futuro
sólo para que no me olvide.
No para que me espere, no;
odio que me esperen.
La he tocado para poder seguir esperando.
Para escribir todos los días unas líneas 
de las que no avergonzarme
cuando en la próxima estación
-antes del andén,
mucho antes del olor a despedida
y aun antes del frenado de emergencia-
se lancen los viajeros a la vía.
Para no extrañar sus voces
cuando encuentre sus maletas.
Para pasar por alto
que no se despidieron.
Para que, en definitiva,
piensen que no me di cuenta.
Por eso he elegido con cuidado
qué mano había de tocar el porvenir.
 He meditado en exceso
cuántos dedos tenían que consolarse
con acariciar el pasado.
Y cuántos serían necesarios
para sostenerme en el presente
antes de que llegue el invierno.
Ahora voy a poner en marcha
mi plan.
Mi plan, que sólo tiene un objetivo:
no volver
a ser necesario
nunca.


A veces me parece
que estamos en el centro
de la fiesta
sin embargo
en el centro de la fiesta
no hay nadie
En el centro de la fiesta
está el vacío
Pero en el centro del vacío
hay otra fiesta.

A veces me parece - Roberto Juarroz

jueves, 18 de julio de 2013

Confundí con estrellas las luces de neón.

Te he buscado tanto
que ya no existes,
como no existen las coordenadas,
el norte, el eje de tu mundo
cruzándose en mi vida.
Te he pensado tanto
por no soñar contigo
que no sé si un día estuviste
o si todo es culpa
de mi nostalgia insomne.
Te he olvidado tanto
que el deseo parece
un horizonte en llamas:
lejano, ardiente, imposible.
Te he escrito tanto
por no gritar tu nombre
que no puedo jurar
que no te inventara
para salvarme.
Te he extrañado tanto
que inventé los límites
a falta de culpas
en las que refugiarte.

En la vida de cualquier persona
se suceden casi siempre dos tragedias
que ya he vivido: la falta de amor
y el exceso de amor.

Beatriz y los cuerpos celestes

lunes, 10 de junio de 2013

En Comala comprendí.

Me resistía.
Yo creía en la resistencia, en una resistencia pacífica, casi piadosa, con la que sostenerme. Creía también en otras resistencias, pero ésta no es la historia de mis convencimientos. Es la de mis principios, la de mis finales y la de todo lo que recogí en el hondo foso que separaba ambos extremos; porque, como dice J. L. Panero, aquí tuve todo y no tuve nada.
Hoy no recojo los muchos trastos que atiborran mi habitación de dos por cuatro, pero intento poner orden. Hacía semanas que no me paraba a imaginarte, a pensaros, a olvidarme. Hacía meses que no se me erizaba la piel al repasar viejos papeles y colgar de la silla una bolsa para el contenedor azul. Ha sido un curso raro. Y yo tengo una inexcusable tendencia a amar lo excéntrico.
Cuando se enciendan las luces, cuando suene la canción de aquella película que al final no vimos, cuando amarilleen las fotos de un insólito comienzo; sé que no quedará ni la mitad de lo que me propuse. Supongo que es difícil sobrevivir al fin de fiesta, que a todos nos duele la resaca -y no en forma de jaqueca-, que para lo cómodo siempre hay aliados. Y que no son esos pseudo-incondicionales de los que quiero acordarme cuando me sobren distancias y se difuminen los límites entre lo que fue y lo que nunca ocurrió.
Que me basta con lo puesto porque, pese a todas las "pérdidas", tras alguna vulgar deserción y por encima de las renuncias voluntarias, me llevo mucho más de lo que traje.
Al fin y al cabo, no puedo firmar este epílogo con nostalgia y orgullo; pero sí con la satisfacción de quien se erige entre las ruinas y está dispuesto a volver a construir sin pasar por alto las reliquias del viejo edificio, de aquél que sabe que ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo, de ese personaje tan secundario como intrépido, que no sabe adónde va y, sin embargo, tiene claro adónde no va a ir.


La vida nos sujeta porque precisamente
no es como la esperábamos.
Gil de Biedma