martes, 8 de abril de 2014

Estructura de los labios incorrectos.

Me estaba esperando como se esperan la palabra precisa, el último tono de llamada y el despertar de la conciencia. Con afán y con amargura.
Cruzaba los dedos por detrás de las espalda y se deshacía la tarde. Pero nunca llegaba la noche a su lámpara de aceite. 
Había quemado las naves antes de pararse a pensar en las bodegas. Nadie le oyó decir infinito.
Mi nombre le lleva sin tropiezos hacia butacas rojas. A veces cuenta que nos conocimos en un cine.
Y es que hay en todo esto algo de último tango y otro poco de París.
Nos vieron juntos al filo de un futuro que terminaba en el prólogo. 
Una calle irregular y un mediodía en el invierno del sur, que es el mayor de los embustes.
¿De qué sirve, quisiera yo saber, 
conocer el sabor de tus victorias 
o cuánto tiene de crónico esta pérfida ausencia?
Allí nos intuimos. Como si en vez de detenerse en ese instante la vida hubiera seguido su curso irremediable (niños que salen de colegios, siempre intranquilos hombres de traje, trágico olor del sueño de otros). 
Me estaba esperando y yo creía en el azar.
Hay vidas que debieran ser la vida. 
Intensas largas vidas irreales 
con el sabor amargo de lo efímero
y el sabor venenoso del pecado.



tourmentée.