Aquel mes
celebró el telediario
un par de
aniversarios rimbombantes.
Se prolongó
el verano, aseguraban:
desde 1938
no se han visto
29 °C a la
sombra
en Zamora y en
aquel
pueblecito
de El Bierzo
de cuyo nombre siquiera
pretendo acordarme.
Entre agosto
y octubre
subió el gasto
medio por familia
(siempre me
pareció desorbitado
lo de
aquellos uniformes anodinos),
llegaron de
Hollywood dos o tres taquillazos
y se
llenaron de agua dulce
los garajes
del este.
Aquella
semana, no lo dudo, hubo partido
(el partido del siglo, otra vez, dirías).
Aquel jueves
subió el precio del barril
(siempre, siempre a punto
para jodernos el fin de semana,
decía, seguro, mi vecino
que sigue sin salir de nuestro barrio).
Y aquel
viernes de sol traería
más de diez
mil desplazamientos
y un recital absurdo
a la salida de las grandes ciudades.
Tampoco se olvidaron de anunciar el otoño,
aunque volvió a llegar a destiempo
(era el comienzo de estación más caluroso, seguro,
desde que se tienen datos).
Y ya faltaba menos
para Navidad.
Nada
tuvo, a mi pesar, de raro aquel septiembre.
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