viernes, 12 de diciembre de 2014

Y reprocharle al civismo sus descuidos.

Presentación, en Psicopompo, del libro Cómo cocinar el loto, de Ángel Manuel Gómez Espada (https://www.facebook.com/events/617697315001269/). 
Y cómo pasar un buen rato con amigos "de siempre", de esos que no se someten a la medida del tiempo.


Si no tuviéramos
arena en los zapatos
de correr contra el viento de querernos
mal y pronto
de untarnos
el bálsamo, el indulto, las cenizas.
La insistencia del fracaso.
Y lo pronto
lo inesperadamente pronto
que secaron las heridas.
Si comprendieras
lo inútil de los años
de los jóvenes besos que pagamos
a escote
al borde de la barra de algún bar
con nombre anglosajón
hasta las cejas
de alcoholes y de adeptos.
De todo lo que el lunes añoramos.
Esto que somos hoy y lo que esconden
las alegres ojeras y la usanza
los labios ya secos y la espuma.
Si fuéramos y fuéramos.
Si pudiéramos dolernos como entonces.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Présage.

Retomarás las buenas costumbres
las manías,
los usos censurados.
La palabra tachada
al borde del viaje.
La inercia de lo ilógico.
Lo probable.

Volverás a los orígenes de otros
en los tuyos.
La certeza de entonces.
La razón
de lo que no se ha vivido.
Lo que esconde la nostalgia
de los puentes sin orillas.

Hablarán en fin tus manos
de rutas, de viajeros,
de luchas, de alcoholes,
de despedidas.
Lo verosímil.
La vida creíble
que tú no conoces.

Quién sabrá
mañana
dónde quemaste las naves.



Vivir
es una huella.

Ada Salas


martes, 7 de octubre de 2014

Como si hubiera donde hacerse fuerte.

Pequeños conflictos de lunes:

el pulso al que me reta
lo que ya no me dictas
o cuánto hay de pasión
-de odio au to má ti co-
en este oscuro alivio
de tener qué sangrar,

la suma de las horas
que me siguen restando
y cómo se reparan
-o solo se calculan-
los daños que se eligen
al empezar el día.

Vivir. Ver.
Devolver
la forma de tu huida
a todas mis derrotas.



Si todo fuese así, si en el pasado
no fuera uno la estatua de sí mismo
en una plaza oscura y sin palomas
o el actor secundario de una obra
retirada de escena [...]

En contra del olvido - F. Benítez Reyes




martes, 8 de abril de 2014

Estructura de los labios incorrectos.

Me estaba esperando como se esperan la palabra precisa, el último tono de llamada y el despertar de la conciencia. Con afán y con amargura.
Cruzaba los dedos por detrás de las espalda y se deshacía la tarde. Pero nunca llegaba la noche a su lámpara de aceite. 
Había quemado las naves antes de pararse a pensar en las bodegas. Nadie le oyó decir infinito.
Mi nombre le lleva sin tropiezos hacia butacas rojas. A veces cuenta que nos conocimos en un cine.
Y es que hay en todo esto algo de último tango y otro poco de París.
Nos vieron juntos al filo de un futuro que terminaba en el prólogo. 
Una calle irregular y un mediodía en el invierno del sur, que es el mayor de los embustes.
¿De qué sirve, quisiera yo saber, 
conocer el sabor de tus victorias 
o cuánto tiene de crónico esta pérfida ausencia?
Allí nos intuimos. Como si en vez de detenerse en ese instante la vida hubiera seguido su curso irremediable (niños que salen de colegios, siempre intranquilos hombres de traje, trágico olor del sueño de otros). 
Me estaba esperando y yo creía en el azar.
Hay vidas que debieran ser la vida. 
Intensas largas vidas irreales 
con el sabor amargo de lo efímero
y el sabor venenoso del pecado.



tourmentée.

martes, 11 de marzo de 2014

Adónde iba cuando desperté y no me encontré solo.

Como si apenas hubieran transcurrido unas semanas:
veo pasar las primeras risas, los amigos,
aquellas cervezas que compartimos en un parque
repasando de memoria la primera declinación.
Pasan despacio los que un día se fueron
como si quisiera aprovechar al máximo su compañía.
Y me olvido de los que se quedaron porque no se atrevieron a elegir.
Se me antoja concentrar en una tarde
todas las tartas de chocolate hechas a destiempo,
todas las velas derretidas, todas las fotos,
todos los te llamaré, algún te amaré suicida.
Y me parece que en una sola noche
volvimos de madrugada a todas las casas
que han sido mi casa estos años.
¿No fue aquel día en que vibramos delante de un escenario
el mismo que ese otro de museo, Retiro y autobús?
Cuántas veces, inocente, creí
que más de cuarenta meses separaban
aquel inocuo septiembre de esta primavera precoz y merecida.

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.






jueves, 30 de enero de 2014

Ahora sí. Pueden alzarse las gentiles palabras -esas que ya no dicen cosas.

Entre todo lo que he leído, que supone una cifra ínfima al lado de mis expectativas y, sobre todo, una dosis minúscula ante las puertas -siempre a las puertas- del porvenir; colándose entre libros ya consagrados y otros que bien hubieran podido venderse al peso y cerrarse para siempre, tengo un grupo privilegiado.

Privilegiado, precisamente, porque ya no me pertenece: son colonia exclusiva de los días que compartimos. Sólo en cada una de esa suerte de islas temporales en las que habité tuvieron sentido sus páginas: no soy hoy la que escuchó los primeros capítulos de Platero y yo, leídos con una pasión que no comprendí, allá por el 2002; como no reconozco ya a quien alucinaba con Roald Dahl y, poco después, leía Del amor y otros demonios. Igual que me parece mentira ser aquella chica enfrascada en El túnel o intentando desmenuzar los versos de Juan Luis Panero, que cayeron en mis manos, para quedarse, de una forma que no acierto a recordar. 

Y, sin embargo, cuando me atrevo a releer algunas de esas viejas palabras soy incapaz de seguir el hilo de la historia; ni siquiera puedo contar las sílabas de un verso sin que me asalten las sensaciones de aquella primera lectura, obligándome a renunciar al texto y a dejarme llevar por ese camino que no tiene tanto de nostálgico como de feliz.

Y aún hay, en medio de ese grupo privilegiado, un caso curioso. Comencé a leer con asiduidad el blog "Y al final... canciones tristes" (http://exiliateconmigo.blogspot.com.es/) poco después de que comenzara su andadura, calculo que hace ya diez años. Como entonces mi contacto con Internet era bastante limitado, iba guardando cada texto que regalaba su autor; del que sólo sé, y me basta, que se llama Dani. Así, al cabo de un par de años, tenía en el ordenador más de setenta, que podía leer y releer sin tener que encender el router, esperar a que se iniciara la conexión y renunciar a recibir llamadas telefónicas mientras durara la aventura.
Luego, la actividad del blog decayó y no fue nunca tan prolífica como aquellos primeros meses. Con el tiempo, atrevida, yo también quise escribir en la red. 
Hoy, apenas nacen tres o cuatro entradas por año en "Y al final... canciones tristes". Pero, cuando ocurre, y aunque he leído blogs que me han cautivado y cuya calidad superior no discuto, no puedo evitar una sensación casi de alivio. El alivio de la continuidad
Como si el autor del poema que empecé hace una década siguiera, a la manera de Juan Marsé, corrigiéndolo, adaptándolo a quien soy este jueves treinta; a esa que se empeña en no tener nada que ver con la que hace años recitaba de memoria la entrada de un blog cualquiera:


Pocas veces, sin embargo, comprendo que te quiero todavía
y que no elijo más que la forma de rendirte
el póstumo homenaje del recuerdo
después de los balazos de la vida.