Volver aquí es un acto de resistencia. Cada cierto tiempo, con mucho más de absurda melancolía que de feliz euforia, caigo en la tentación: deletreo un título,
lasutopíasconhielo, que hoy es solo gas, y entre la niebla no acierto a distinguirme. A ciegas toco otras letras, me leo con una incredulidad casi cínica, violenta. Y me adentro despacio, recreándome en cada palabra traída con la certeza de que habría de volver a ella mucho después.
Este pez al borde del espasmo, más que nunca condenado al asfalto, hoy cumple seis años que se me antojan siglos, pero vino a mí en un tiempo muy distinto: hace más de dos mil días todo estaba empezando.
De aquel amor que me hizo fuerte ya solo quedan grietas, de las habitaciones y cervezas compartidas jamás recuerdo las noches en que no pude conciliar el sueño. Empezábamos a conocer un mundo nuevo, compartíamos, casi todos, un entusiasmo que, desde entonces, siempre eché en falta. ¿Quién no se deslumbraría viendo amanecer, tercio y tostada en mano, junto a quienes -pensabas- habían llegado para quedarse? Nos fascinaron libros, poemas, alcoholes, canciones, películas, cafés, silencios... ocio barato de lujo en la ciudad centrífuga.
Pero el giro inexorable de aquel eje también nos fue expulsando a nosotros. Y aún quisimos, al borde de un verano indiscutible, agarrarnos a las ruinas. Fue algo así como una demolición con explosivos, controlada, grabada por unos pocos nostálgicos que olvidaron recoger sus escasas posesiones.
Y allí, en cuanto giré la llave de la puerta de aquella casa mía que nunca más sería mi casa, supe que habíamos llegado demasiado pronto.
La luz del sol sobre los muros,
la resaca, las voces que te cercan,
los árboles que al fondo se dibujan,
los recuerdos que secan más tu boca,
el implacable escenario de tu herencia.
Sin embargo has venido, has vuelto
a recobrar tu patrimonio abandonado,
el espectro que tú llamaste vida,
lo que fue, lo que los años han dejado.
J. L. Panero